Paul Mattick
Espontaneidad y organización

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[La distinta concepción de la espontaneidad]

Detrás estas actitudes había la convicción que el desarrollo económico del capitalismo forzaría a sus masas proletarias a las actividades anti-capitalistas. Aunque Lenin contaba con ello, temió, simultáneamente, los movimientos espontáneos. Justificó la necesidad de las intervenciones conscientes en las revoluciones que surgen espontáneamente citando el atraso de las masas y viendo en la espontaneidad un importante elemento destructivo pero no constructivo. En la vista de Lenin, la mayor fuerza del movimiento espontáneo, lo más importante, sería la necesidad de suplementarlo y dirigirlo con una actividad de partido organizada, planeada. Los obreros habrían de ser guardados de sí mismos, por así decirlo, o podrían fracasar en su propia causa por ignorancia, y, disipando sus poderes, abrir el camino para la contrarrevolución.

Rosa Luxemburgo pensó diferentemente porque vio la contrarrevolución no sólo acechando en los poderes tradicionales y organizaciones, sino también capaz de desarrollarse dentro del propio movimiento revolucionario. Esperaba que los movimientos espontáneos delimitaran la influencia de esas organizaciones que aspiraban centralizar el poder en sus propias manos. Aunque Luxemburgo y Lenin vieron la acumulación de capital como un proceso que engendra crisis, Luxemburgo concibió la crisis como más catastrófica de lo que hizo Lenin. Cuanta mayor devastación por una crisis, más abrazadas serían las esperadas acciones espontáneas; lo de menos sería la necesidad de la dirección consciente y del mando centralizado, y lo más importante la oportunidad para el proletariado de aprender a pensar y actuar de manera apropiada a sus propias necesidades. Las organizaciones, desde la perspectiva de Luxemburgo, deben meramente ayudar a liberar las fuerzas creativas inherentes a las acciones de masas y deben integrarse ellas mismas en los esfuerzos del proletariado independiente por organizar una nueva sociedad. Esta aproximación no presupuso una clara comprensión de la conciencia revolucionaria, pero sí una clase obrera altamente desarrollada, capaz de descubrir por sus propios esfuerzos las maneras y los medios para utilizar el aparato productivo y sus propias capacidades para una sociedad socialista.

Había todavía otro acercamiento a la cuestión de la organización y la espontaneidad. Georges Sorel y los sindicalistas no sólo estaban convencidos de que el proletariado pudiera emanciparse él mismo sin la guía de la intelectualidad, sino de que tiene que emanciparse él mismo de los elementos de clase media que controlan las organizaciones políticas. En la vista de Sorel, un gobierno de socialistas no alteraría en ningún sentido la posición social de los obreros. Para ser libres, los obreros mismos tendrían que recurrir a acciones y armas exclusivamente suyas. El capitalismo, pensó, ya había organizado el proletariado entero en sus industrias. Todo lo que quedaba por hacer era suprimir el Estado y la propiedad. Para acometer esto, el proletariado no tenía tanto la necesidad de una supuesta visión científica sobre las tendencias sociales necesarias, como de un tipo de convicción intuitiva de que la revolución y el socialismo eran el resultado inevitable de sus propias luchas continuas. La huelga se vio como el aprendizaje revolucionario de los obreros. El número creciente de huelgas, la extensión de las huelgas, y su duración creciente, apuntarían hacia una posible huelga general, es decir, a la revolución social inminente. Cada huelga particular era un facsímil reducido de la huelga general y una preparación para este levantamiento final. El creciente desarrollo revolucionario no podría ser calibrado por los éxitos de partidos políticos, sino por la frecuencia de huelgas y la exaltación en ella desplegada. La organización era preparación para la acción directa y lo último, en cambio, formación del carácter de la organización. Las huelgas espontáneamente sucedidas eran la forma organizativa de la revuelta y también eran parte de la organización social del futuro en que los productores mismos controlarían su producción. La revolución procedía de acción en acción en una fusión continua de los aspectos espontáneo y organizativo de la lucha proletaria por la emancipación.

Enfatizando la espontaneidad, las organizaciones obreras admitieron su propia debilidad. Puesto que no supieron cómo cambiar la sociedad, se complacieron con la esperanza de que el futuro resolvería el problema. Esta esperanza, de seguro, estaba basada en el reconocimiento de algunas tendencias reales como el desarrollo extenso de tecnología, la continuación de los procesos de concentración y centralización que acompañan al desarrollo capitalista, el aumento de las fricciones sociales, etc. Era no obstante una mera esperanza que compensaba la falta de poder organizativo y la incapacidad para actuar eficazmente. La espontaneidad tenía que aportar 'realidad' a sus tareas aparentemente desesperadas, excusar una inactividad forzada y justificar su consistencia.

Las organizaciones fuertes, por otro lado, se inclinaron a despreciar la espontaneidad. Su optimismo estaba basado en sus propios logros, no en la probabilidad de movimientos espontáneos que vienen a su ayuda más tarde, en alguna fecha. Defendieron que cualquier fuerza organizada debe ser vencida a través de la fuerza organizada, o sostuvieron la perspectiva de que la escuela de la actividad práctica de cada día tal y como era conducida por el partido y el sindicato llevaría a cada vez más y más obreros a reconocer la necesidad ineludible de cambiar las relaciones sociales existentes. En el crecimiento firme de sus propias organizaciones, ellos vieron el desarrollo de la conciencia de clase proletaria y, por momentos, soñaron que estas organizaciones comprenderían el todo de la clase obrera.

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